viernes, 22 de septiembre de 2017

La jugarreta de Daaf - Novena Parte

El final de la cueva se empezaba a vislumbrar poco a poco en la penumbra. Daaf tenía la respiración agitada y los músculos agarrotados por la carrera y el frío intenso que volvía a acosarle, pero no podía detenerse. En cuanto alcanzó la pared del fondo se apoyó en ella, jadeando sin control y resbalándose hacia el suelo. Tratando de no caer del todo, empezó a golpear la roca con los nudillos, desplazándose para buscar el punto por donde podría salir. Cada tanto miraba tras él, temiendo que sus perseguidores hubieran conseguido en poco tiempo salvar la distancia que él había interpuesto para poder escapar. Por fin tocó una parte que sonaba a hueco, y sin esperar nada más levantó el bastón metálico que le servía de llave y dio un gran golpe. La pared, aparentemente sólida, se desplomó revelando un hueco poco más grande que el quicio de una puerta. Daaf atravesó el hueco corriendo, tras lo que, dando unas vueltas con el bastón, hizo volar los pedazos de piedra en medio de una especie de humareda morada, recomponiendo el sello que mantenía oculta la entrada. Una maraña de ramas oscuras surgió de pronto de la nada y ocultó la pared. Daaf respiró profundamente, tratando de adecuarse de nuevo a una temperatura normal, y se fijó en dónde había acabado. Se trataba de un canal como los que él conocía, de tamaño normal, forma irregular y con el mismo material oscuro de siempre, y además había salido en un extremo del mismo, ya que a pocos metros se encontraba la entrada a un nuevo refugio.
-Madre mía, Leril, menudo atajo... -murmuró Daaf por lo bajo, con una mezcla de tristeza y admiración- Ya me pudiste decir desde el principio que nos saltábamos todo el camino con él...
Y sin abandonar la prisa con la que había ido hasta ese momento se dispuso a continuar corriendo hasta el refugio, pero de pronto se detuvo. Le había parecido notar que la lágrima de fuego de Leril se calentaba por sí sola, pero cuando se llevó la mano al bolsillo tenía la misma temperatura que el resto de cosas que llevaba encima: congelada. Pensando que quizá se lo había imaginado, continuó su carrera.
En ese mismo momento, en el plano real, a poco menos de veinte metros de la torre que solía ser el hogar de Daaf, se podía distinguir a la luz rojiza de una luna creciente a dos guardias apostados junto al camino que conectaba el lugar con la ciudad, sin duda vigilando por si el dueño del edificio trataba de ocultarse en él. Uno de ellos, con un tatuaje atravesándole un lado de la cara, se estiró y bostezó antes de seguir una conversación que aparentemente habían dejado a medias.
-Yo te lo vuelvo a decir, me parece una tontería que estemos los dos aquí si se trata de vigilar un perímetro circular...
Su compañero, que era completamente calvo, miró al suelo primero y después a él, como si fuera la enésima vez que repetía aquella observación.
-¿No eres capaz de fiarte de las dos horas que hemos pasado colocando un cinturón sensible? ¿O vas a seguir sugiriendo que ha sido un trabajo para nada?
-No, a ver, yo sólo digo que vigilando cada uno una mitad del perímetro podríamos reforzar lo que ya conseguimos con el hechizo... -quiso explicarse el del tatuaje.
-Ésta es la ruta más probable por la que podría aparecer -le cortó el otro-, por lo que es más lógico tener más ojos aquí que en otro punto.
-...además que se trata de alguien que se cargó un portal estabilizado con sellos de ángel delante del mismísimo Ilustre Magna... -continuó el guardia tatuado, sin escuchar una sola palabra de su compañero. Éste lo miró con fastidio.
-Bueno, pues a ver si te basta con decirte lo que te he estado repitiendo cuarenta veces. Son órdenes. Nos callamos y las cumplimos.
-Si se nos cuela no nos van a preguntar si hicimos lo que nos pidieron, nos van a echar la bronca igual...
-Eso será si se nos cuela, pero precisamente estamos siguiendo la técnica más efectiva para evitar eso -replicó el guardia calvo, ya claramente molesto-. Así que calla y vigila.
-Bueno, ya verás tú... -murmuró aún el del tatuaje.
Y efectivamente, a espaldas de los guardias, justo en la base de la torre, un minúsculo punto comenzaba a hacerse más grande cada vez, oculto tras un gran seto que crecía al lado. Tras unos segundos, Daaf cayó al suelo envuelto en su capa de viaje, totalmente alterado. Se deshizo como pudo de la tela que lo atrapaba y se arrastró hasta la pared oscura de su casa hasta quedarse apoyado, sentado en el suelo, tratando de recuperar el aliento mientras asumía todas las circunstancias que había sufrido en apenas media hora. Los guardias, por su parte, no se habían percatado lo más mínimo de que la persona que buscaban se encontraba exactamente en el lugar que querían evitar que alcanzase. Daaf los observó a través del seto, intentando distraer la mente para tranquilizarse. En aquel momento escapar de los guardias había perdido tanta importancia que la situación ni siquiera le divertía. Cerró los ojos tratando de concentrarse. Debía analizar la situación con calma...
Toda la guardia del Reino andaba tras él en aquel momento, pero lo preocupante era que había alguien más que podía seguirlo allá donde la guardia no. Le habían atacado en dos ocasiones y ya se habían llevado a alguien por delante. El peligro era palpable...
Decidió examinarse. Se arremangó las perneras y se descubrió el pecho, buscando alguna herida o marca extraña. Se descubrió también ambos brazos, y al mirarse el antebrazo derecho, su expresión se congeló. Una larga y espantosa cicatriz negruzca se le extendía desde la muñeca hasta la sangradura, hundiéndose en la carne como si se tratara de un corte muy mal curado o una marca hecha con un hierro al rojo. Las venas cercanas a la marca también se le habían ennegrecido, dando al conjunto de su brazo un aspecto temible y repugnante, como si se tratara de una especie de maldición virulenta. Daaf se quedó observando aquello fascinado y asustado a la vez, tratando de hacer memoria de los acontecimientos. Recordaba haber sentido un escozor terrible en el momento en el que expiró su amiga, pero no le había dado mayor importancia, ya que sabía que el hechizo que les vinculaba ardía cuando el otro se encontraba en peligro. Sin embargo, le habían dicho que si su compañera moría, la marca desaparecería sin más. ¿Qué significaba aquello? Se examinó la cicatriz más de cerca, tratando de confirmar que no pudiese haber sido causada por otro motivo. Sin embargo vio que, mirando muy de cerca, podían distinguirse perfectamente los caracteres de la magia vinculante que le unía a su amiga. De repente, toda la tristeza y el abatimiento por un hecho que parecía irremediable se esfumaron y fueron reemplazados por una enorme sensación de sospecha y desconcierto. Allí ocurría algo raro. Si Leril estuviese realmente muerta, no debería tener nada en el brazo, y no sólo lo tenía, sino que además era algo que no había visto en su vida, fuera y dentro de los libros. Necesitaba guía y consejo. Si existía la más mínima posibilidad de poder volver a ver a su amiga, no podía dudar en aprovecharla...
Sin embargo, tenía un plan entre manos y un plazo muy corto para completarlo. No disponía de tiempo para ir a otras ciudades ni podía volver a usar los refugios. Todo eso le limitaba las posibilidades a una sola.
-Nux, maldito vejestorio, otra vez voy a tener que lidiar con tus desvaríos... -volvió a murmurar. No le hacía ninguna gracia volver a tratar con ese viejo loco que disfrutaba haciéndole perder el tiempo, pero no le cabía duda de que sus conocimientos eran ampliamente más extensos que los suyos, y se trataba del único mago veterano que podía encontrar en Lascor, una localidad cuya actividad se centraba sobre todo en la pesca y el comercio marítimo, por lo que la magia no tenía gran presencia allí.
Daaf se incorporó con energías renovadas. Todo el aturdimiento que había embotado su mente por el shock de ver a su amiga caer redonda al suelo se había esfumado. Volvía a estar centrado en sus objetivos. Recordó a Skerj aconsejándole días atrás: “Focus, Daaf”
“Bien dicho”, pensó para sí mismo. Sin ganas de inventar planes complicados, preparó sendas cargas de impacto en sus manos, se acercó a los guardias y cuando estos miraron se las soltó a la cara, dejándolos KO de la misma manera que había hecho otras veces. Atravesó el hechizo de alarma de los guardias, que emitió un sonido estridente y se esfumó sin mayor utilidad, y después se llevó a los guardias inconscientes dentro de la torre. Minutos después entraba en su habitación, jadeando de puro agotamiento, y se echó en la cama sin quitarse ni las botas. Por claras que tuviese las ideas en ese momento, se encontraba completamente exhausto tras estar todo el día escapando. No tardó en quedarse profundamente dormido.
A la mañana siguiente, Daaf tardó poco en despejarse y dirigirse a la ciudad, y cuando el sol todavía era rasante se encontraba ya frente a la puerta del anciano Nux, haciendo temblar la pesada madera. Llamaba insistentemente, sin preocuparse lo más mínimo de que alguien entre el bullicio matutino de Lascor pudiese reconocerle.
-¡Nux!¡Sé que estás ahí, no intentes jugar conmigo! -llevaba llamando un rato- ¡Abre, se trata de algo importante, demonios!
La puerta no daba ningún signo de que fuese a abrirse. Daaf dejó de armar escándalo y se detuvo a pensar un momento.
-Esta vez he metido la pata de forma seria -dijo en voz alta, con cierto deje cansino en la voz.
La puerta se abrió, tras la cual se asomó una cabeza encapuchada de la que sólo se veía una boca decrépita y una larga pero fina barba balanceándose hasta la altura de la cintura.
-Vaya, los jóvenes tienen problemas con sus actos imprudentes. ¿Y por eso vienes a importunar a un pobre anciano? No te las puedes arreglar tú solito, vaya, vaya...
Daaf resopló con resignación.
-Está bien, Nux, te puedes reír de mí, pero al menos deja que vaya al grano. Hay una vida en juego.
Nux permaneció unos segundos en silencio.
-Pasa -resolvió, abriendo del todo la puerta mientras volvía al interior-, pero no te quejes si no te encuentras a gusto. Te has presentado tan repentinamente...
Daaf entró siguiendo al anciano, en lo que se antojaba una estancia oscura hecha de adoquines de piedra. Cuando cerró la puerta tras de sí, le dio la impresión de estar en un templo en miniatura. A pesar del tamaño de la cámara, que se podía comparar al de un salón mediano, cada sonido se alargaba de forma extraña, como si realmente se encontraran en una sala enorme. Las dos hileras de pequeñas columnas desde la puerta hasta el fondo y las cristaleras coloridas terminaban de dar el efecto. Nux se quitó la capucha y se sentó en una pequeña mesa bajo una de las cristaleras en miniatura de los laterales, a lo que comenzó a remover papeles.
-A ver, cuéntame tu drama -dijo con sorna-, y veremos si le podemos poner arreglo.
-Quiero saber qué pasa si te matan estando en la red de lugares sin lugar -atajó Daaf, que permanecía de pie. Nux mantuvo un par de segundos de silencio, como asimilando la cuestión planteada.
-Bueno, depende de muchos factores... pero normalmente cuando matas a una persona, esta acostumbra a morirse inmediatamente después, Daaf, no sé a dónde pretendes...
-Esta señal no es de muerte -le cortó Daaf con impaciencia, descubriéndose el antebrazo y acercándose para enseñárselo mejor-. Me encontraba con Leril en un antiguo atajo entre canales en Midstae, nos emboscaron y acribillaron, y a ella le atravesaron la garganta de parte a parte. Entonces me salió esto -volvió a mostrar la marca con brío-, lo cual significa que de alguna manera todavía no se ha ido. Lo que quiero saber es qué le ha ocurrido.
Nux se inclinó sobre la marca con suma curiosidad, examinando con cuidado cada detalle de la misma.
-¿En Midstae, dices...? -dijo, mientras seguía observando la marca perplejo- ¿Ahí no es donde han hecho un desastre con los refugios? -añadió, levantando la vista.
-Sí, ahora es una carretera de borregos -Daaf retiró el brazo y empezó a pasearse-. Leril y yo nos lo intentábamos saltar cruzando un paso que habían sellado con un hechizo de ocultamiento. Y ahí fue donde pasó todo.
-Entonces puede ser... A ver, Daaf -Nux se mostraba muy interesado de pronto en el tema-, vamos a repasar magia espiritual básica. Dime, ¿qué es el espíritu?
-Un círculo cerrado de energía que nos da identidad y consciencia -respondió Daaf mientras seguía dando vueltas-, integrado en el cuerpo para interaccionar con el plano.
-Correcto. Bien, cuando ese cuerpo resulta demasiado dañado, se vuelve incapaz de soportar dicho flujo y se separa de él. En ese momento la energía del espíritu se dispersa por todo el plano, incorporándose su propio campo, de tal forma que ya no puede mantener la noción de identidad y eso es lo que conocemos como muerte, ¿verdad?
-Sí, eso ya lo sé, ¿vamos a llegar a algún sitio? -repuso Daaf cada vez más impaciente.
-Tienes que escucharme Daaf, si no escuchas no te vas a enterar -dijo Nux sonriendo-. Normalmente si mueres en un refugio te ocurrirá lo mismo, ya que al tratarse de una red interconectada en varios planos, la dispersión tendría el mismo efecto. Pero si os encontrabais en un paso sellado...
-De todos modos, abrimos un agujero para entrar... -contravino Daaf pensativo.
-Es muy probable que volviesen a sellar la entrada para no dejaros escapar. Se trataba de una emboscada, ¿no? Y aun así, me has dicho que el paso tenía un hechizo de ocultamiento. Hacía frío, ¿verdad? -Daaf asintió sin dejar de mirar al infinito- En un medio en constante supresión de energía, quizá una forma liberada con una estructura de consciencia como el espíritu de Leril no tuviera tiempo de atravesarlo antes de encontrar otro recipiente...
Daaf quedó clavado en el suelo y lo miró impactado. Otro recipiente...
-Por lo general estas cosas nunca pasan -continuó Nux alegremente-, porque la dispersión es casi inmediata. Pero vuestras circunstancias eran totalmente excepcionales. Cualquier objeto mágico que hubiese por allí cerca con capacidad de contener energía podría haber absorbido todo su espíritu en cuanto abandonara su cuerpo.
Daaf se metió la mano en el bolsillo y sacó la lágrima de fuego. De repente le parecía el objeto más frágil del universo.
-Anda, ¿esa es tu amiga? -le preguntó Nux como si se tratase de un experimento divertido.
-¿Hay algún modo de confirmarlo? -dijo Daaf con la voz temblando.
-Comunícate con ella. Dile algo. Debería ser capaz de manipular el objeto en el que está metida para contestarte.
Daaf se encaró a la lágrima con avidez y le empezó a susurrar como quien reza a un dios antiguo.
-Leril, por favor, si estás aquí dentro dame una señal, la que sea...
Daaf esperaba ver algún tipo de destello asomarse desde el interior de la esfera de cristal, algún signo de que su amiga estuviese ahí y le pidiese ayuda débilmente. Sin embargo, lo que hizo fue soltar un fogonazo repentino que le chamuscó las cejas y grabó una palabra en el aire. Durante un momento pudo leerse perfectamente:
"INÚTIL"
Nux lanzó un grito de alegría forzado que se combinó con una carcajada mucho más sincera.
-¡Albricias! ¡Tu amiga está bien, y parece que conserva su criterio racional! -exclamó el anciano- Alégrate, hombre. Ahora ya sabemos el por qué de tu marca. Se preparó para arder y consumirse en el momento en el que Leril se expiró a sí misma, pero al no haberse dispersado y conservar su estructura de identidad en la lágrima, seguramente el proceso mágico se interrumpiera, y como es de los pocos que son irreversibles, se te ha encarnado de esa forma tan fea. Tendréis que borraros la marca y haceros una nueva cuando ella vuelva a su cuerpo.
Mientras Nux hablaba, Daaf seguía clavado en el suelo, con la cara quemada y una ausencia repentina en su capacidad de respuesta. Estaba sintiendo tal oleada de alivio en ese momento que tuvo que buscar una silla para sentarse, y al no encontrarla, se acabó sentando en el suelo. Una media sonrisa se le había dibujado en el rostro mientras volvía a mirar al infinito. Leril estaba viva. De hecho, había estado en su bolsillo durante todo ese tiempo...
Nux seguía riéndose con ganas al ver la reacción de Daaf. Parecía que no disfrutaba tanto desde hacía años. Mientras tanto, el joven mago resopló y se sacó una especie de trapo de color ocre del bolsillo, con el que se frotó toda la cara. Cuando lo retiró, la tenía como siempre, con las quemaduras curadas y las cejas en su sitio.
-Bien -dijo Nux juntando las manos. Daaf se estaba levantando mientras se volvía a guardar el trapo ocre-. Entonces ahora sólo necesitas el cuerpo de tu amiga y consultar a un clérigo o algún otro mago especializado en magia espiritual. Y listo Calixto -Daaf volvió a quedarse congelado-. Porque tienes su cuerpo... ¿verdad?
Al fin Daaf pudo pronunciar palabra.
-Verás... puede que se haya quedado en el paso de Midstae... -musitó tratando de evitar mirar directamente a Nux. Éste pareció deleitarse aún más con esa información.
-¿Has podido ser tan inútil...? Ah, claro, por eso ella... -y volvió a romper en carcajadas. Daaf se estaba empezando a molestar.
-Pero, ¿y qué esperabas? -protestó Daaf- No se trataba de la mejor situación para ponerse a pensar implicaciones excepcionales en la energía espiritual de un medio suprimido. Me pareció más apremiante escapar de la mejor manera antes de que me fulminaran.
-Y dejaste abandonada a tu amiga -replicó el anciano exagerando un tono dramático-, a tu compañera del alma, y tan bien que os llevabais... Qué insensible por tu parte. Me dejas en shock.
Mientras hablaba, Nux se llevó una mano al pecho y miró hacia arriba, aparentando una profunda indignación.
-¡Vamos a ver -estalló Daaf-, a todas luces parecía totalmente muerta y a mí me seguían acechando cinco cosas peligrosas! ¿Crees que habría podido escapar cargando con su cuerpo? ¡Ay! -la lágrima de fuego que estaba sujetando volvió a calentarse repentinamente- ¡Leril, para! ¡Si me quemas así de pronto puedo dejarte caer y que te rompas!
-Me parece que ella sabe muy bien que no la vas a soltar así te carbonice los dedos -puntualizó Nux astutamente.
-Sí, gracias por la información -replicó Daaf enfadado mientras volvía a guardar a Leril, esta vez en un bolsillo interior-. De hecho gracias por toda la información. Ahora tengo que ir a por su cuerpo. Si me disculpas...
-¡No, espera, piensa un poco más! -quiso prevenirle Nux incorporándose en su asiento. Pero Daaf ya había atravesado la puerta de la calle como una tromba. El anciano mago se volvió a recostar sin dejar de observar la puerta abierta.
-Pax -llamó al aire-. Anda, ve a por él, que al final se nos lo van a reventar de verdad.
De entre las sombras del fondo de la habitación surgió una muchacha delgada, con gafas y el pelo ondulado, que sin responder una palabra obedeció y salió por la puerta.
Daaf se encontraba a medio camino hacia la salida de la ciudad. Iba andando a paso ligero, con el rostro descubierto y sin preocuparse lo más mínimo por su captura, que todavía ocuparía a cualquier guardia con el que se pudiese encontrar. Llamaba tanto la atención en su afán por apresurarse que algunos transeúntes se le quedaban mirando extrañados, como si no supiesen si salir corriendo o avisar a alguien. Sin embargo, todo aquello resultaba totalmente irrelevante para él. Nunca se había sentido tan estúpido como en aquel momento, obviando un detalle tan crucial... Sabía que era por no haber tenido suficientes conocimientos, pero se dijo que tampoco podía aprender a un mayor ritmo que el que seguía, de modo que todo se centraba en subsanar su error y finalizar su plan...
De repente, alguien le puso la mano en el hombro, tratando de detenerle. Daaf se dio la vuelta de inmediato, preparado para vérselas con un guardia tan rápido como pudiera, ya que no tenía tiempo que perder. Sin embargo, el rayo que ya se arremolinaba en su brazo se desvaneció cuando vio que se trataba de la aprendiz del viejo.
-Ah, eres tú -comentó Daaf, recomponiéndose como si no hubiera estado a punto de electrocutarla-. Qué pasa, ¿te ha enviado para seguir mofándose de mí a distancia?
-Daaf, para, tienes que pensar -le contestó Pax con un hastío rayano en la desesperación-. No te has molestado considerar a dónde vas. Dijiste que saliste de allí corriendo porque no querías que te mataran. ¿Acaso de pronto eso ya no cuenta? ¿No ves que van a estar esperando, con la ventaja en la mano, a que vuelvas a aparecer para capturarte a ti también?
-¡Pero si se trata de Leril! Está encerrada en una lágrima de fuego y lo único que puede hacer es agotarla para comunicarse, ¿no crees que apremia un poco que la vuelva a dejar como estaba?
-Daaf, tienes que calmarte, si viene algún guardia se te va a complicar todo mucho más. No son los de aquí de siempre, el Ilustre Magna ha destinado guardias de élite de Sinax en todas las localidades mágicas del Tercio Norte. ¡Lo inteligente es seguir escondido!
Daaf se la quedó mirando y luego miró a su alrededor. La calle parecía despejada de guardias. Se echó la capucha por encima.
-Piensa bien las cosas, por favor -continuó Pax-. Utiliza trozos pequeños de pergamino para organizarte la situación. Yo lo hago y me va muy bien con Nux, no se mete tanto conmigo.
Daaf sonrió debajo de la capucha.
-Qué capulla eres...
-No, de verdad. Búscate tu modo, pero no empieces a hacer algo estúpido a estas alturas. Y ahora ven -Pax agarró de la mano a Daaf y se lo llevó en dirección contraria a la que había estado siguiendo el mago-, hay detalles que tienes que saber todavía antes de ir a por el cuerpo de Leril.
Daaf se limitó a seguirla mientras ponía en orden sus pensamientos. Su amiga, atrapada en un estado disociado y en ese momento con pocas posibilidades de recuperarse. Un grupo misterioso tratando de asesinarle. La guardia detrás de él en cada rincón. La Luna Roja cada vez más cerca. Casi un año de preparación pendiente de un hilo porque de repente a alguien le había dado por perseguirle. Tenía que resolver el asunto de Leril lo antes posible. No podía fallar...
Sí, lo mejor era enterarse bien de cómo devolver a Leril a su estado original. Daaf se soltó de Pax y la empezó a seguir a poca distancia, concentrándose esta vez en no llamar mucho la atención.
-¡Vaya, ha vuelto el mozo! -celebró Nux cuando Daaf volvía a entrar en su casa precedido por Pax- ¿no te ha costado mucho tirar de las riendas?
-Es un chico razonable -le contravino la chica mientras cerraba la puerta-, no como tú.
Y sin mediar más palabra, desapareció subiendo las escaleras que había al fondo de la estancia.
-Vaya, vaya, está rebelde la chiquilla -comentó el viejo forzando de nuevo la sonrisa-. Pero no te creas que siempre le consiento...
-Está bien, Nux -le cortó Daaf, sentándose esta vez enfrente de él-. Dime qué necesito saber para recuperar a Leril. Escucharé todo lo que digas.
Nux vaciló por primera vez, ante la mirada insistente y cargada de seguridad que le estaba clavando el muchacho.
-Sí... er... bueno -titubeó mesándose la raquítica barba-. Tu amiga, sí.
El anciano se arrimó a la mesa e invitó a Daaf a hacer lo mismo, tal como habían hecho días atrás en una taberna mugrosa cerca de allí.
-Verás, para empezar, una lágrima de fuego no es el mejor lugar para albergar un alma -comenzó Nux-. Su estructura interna es muy simple, ya que está pensada únicamente para albergar y liberar fuego, una forma de energía de lo más primaria. El espíritu es mucho más complejo que el fuego. Sin embargo habéis tenido suerte, ya que esa lágrima es buena. Muy buena, de hecho... -se quedó mirando al pecho de Daaf, donde éste había guardado el objeto- Pero no aguantará demasiado, ya que está sometida a demasiadas tensiones: cambios de flujo, corrientes cruzadas, picos de intensidad... Con el tiempo se acabará quebrando y si se rompe del todo, adiós, querida amiga...
Daaf seguía mirando atento a Nux, sin cambiar su expresión lo más mínimo, lo que de nuevo pareció confundir al viejo. Éste carraspeó antes de seguir.
-Entonces, lo que necesitas es un artefacto adecuado para contener almas. Conozco a un artesano que tiene su almacén aquí, en Lascor, y seguro que guarda algún cachivache en el que puedas guardar a tu amiga de forma más segura. Creo que ahora es temporada de inventario, por lo que te lo puedes encontrar si vas. Pero ve con ojo, porque está en el Barrio de las Camelias. Ya sabes qué implica eso.
-El barrio de los nobles... -musitó Daaf preocupado.
-Eso es, chaval.
-Guardias por todas partes...
-En cada esquina.
-Y de seguro allí están los guardias de élite de Sinax...
-Bueno, sí -quiso continuar el anciano-, son muchos problemas, pero los tienes que resolver tú. Y de hecho son el principio, porque trasplantar a la chiquilla sólo es la solución temporal. Lo que quieres es devolverle su cuerpo, ¿verdad? -Daaf asintió con la cabeza- Así que tienes que pensar bien dónde puede estar. Os atacaron unos seres desconocidos con amplios conocimientos de magia, al parecer. Tienes que contar con que se hubieran percatado del estado de Leril mucho antes que tú. Sabiendo eso, lo más seguro es que se hayan hecho con su cuerpo y pretendan usarlo para algún tipo de trato o trueque, con toda seguridad fraudulento y con la peor parte tocándote a ti -Nux señaló con su dedo huesudo a Daaf, dándole un toque en la frente. Éste seguía impasible, escuchando. Nux frunció el ceño-. De modo que sería bueno que trates de averiguar algo de esa gente, o que al menos vayas a su encuentro con una estrategia pensada.
-De acuerdo, entonces... -contestó Daaf tratando de recapitular- Poner a Leril a salvo, pensar una estrategia, recuperar su cuerpo. Lo tengo. ¿Algo más a considerar?
Daaf continuaba sumamente atento al viejo, el cual había cambiado su expresión por completo. Ahora permanecía quieto, sosteniendo la mirada de Daaf con un semblante serio y oscuro.
-Sí -le respondió Nux-. Te acabo de proporcionar una gran cantidad de información, y no es gratis. Me tienes que pagar.
Éste extendió su mano decrépita con un gesto enérgico. Daaf se empezaba a dar cuenta de lo que ocurría, de modo que optó por fingir que titubeaba.
-De acuerdo... tengo por aquí unas cuantas gemas de sangre... Una bolsita llena. ¿Te basta? -Daaf le enseñó un pequeño hatillo de tela que emitía un fulgor rojo desde el interior.
-Me temo que todo lo que te he dicho vale algo más que esas baratijas -le cortó el mago anciano, cada vez más serio.
-Venga, Nux, nunca antes me habías exigido un precio por darme información -continuó Daaf con despreocupación, mientras volvía a guardar las gemas-. ¿Te has vuelto codicioso de repente?
-Debería tener la libertad de poner el precio que quiera cuando quiera, dado que soy yo el que te da esa información. Y ahora decido que a cambio de lo que te he dicho me tienes que dar a tu amiga. Me la quedaré hasta que tengas su cuerpo. Después si eso volvemos a negociar.
Daaf se tensó de repente, mientras Nux le observaba con ojos fríos y calculadores. Aquella reacción por parte del viejo iba más allá de lo que esperaba, de modo que extremó la precaución.
-Pero hombre, Nux -dijo el joven con la voz trémula de puro nerviosismo-, ¿no me has dicho que tengo que ponerla en otro artefacto?
Los dos magos comenzaron a levantarse lentamente.
-Ah, sí, es verdad -comentó Nux, como si no hubiera reparado en ese detalle-. Entonces vas, consigues el artefacto, y me lo traes. No te preocupes, ya me encargo yo de ponerla a salvo.
Daaf suspiró y miró al suelo, ya completamente levantado.
-Sabes que no voy a entregarte a mi amiga, Nux -dijo, mientras se movía con mucho cuidado hacia la puerta-. ¿Por qué me pides esto entonces?
-Tú sabrás... -le respondió desafiante el anciano- Pero si no lo haces, no podrás salir de aquí. 
-¿Qué pasa, que como ya no caigo en tus bromas, ahora tienes que ser tú quien se pique? Un poco infantil, ¿no? ¿Qué diferencia hay?
-La diferencia -prosiguió Nux, cada vez más amenazante-, está entre lo que tú puedes hacer con tus poderes, y lo que yo puedo hacer.
Y de pronto, el anciano se elevó en el aire rodeado de llamas de un color muy oscuro, la escasa melena que tenía agitándose tras su cabeza y un brillo malévolo en los ojos, confiriéndole un aspecto diabólico. Daaf movió las manos para defenderse de cualquier hechizo que pudiera arrojar el mago contra él, pero antes de que pudiera completar nada...
Una sustancia viscosa surgió del pecho de su atacante y se lanzó hacia él como una lanza mortal, pero justo antes de que le atravesase la cabeza el aire pareció cristalizarse alrededor del hechizo, congelándolo a escasos centímetros de sus ojos. La puerta se abrió de repente y Daaf, sin pensárselo dos veces se lanzó a través de ella, tras lo cual se volvió a cerrar con un portazo y se convirtió en parte del muro. Aún resonaban los bramidos de un Nux colérico al otro lado. Daaf seguía en el suelo, tratando de recuperarse del susto. Oyó una ventana cerrarse sobre él y miró arriba. Un trozo de pergamino caía suavemente. Lo atrapó y lo leyó.

Habría sido mejor que le siguieras el juego.
Pasará algo de tiempo hasta que deje de intentar matarte si te ve.
No es alguien fácil.
Te animo a seguir con tu empresa.
P

Daaf se levantó y miró a su alrededor. De nuevo había llamado demasiado la atención, y varias personas se habían detenido a observarle y cuchichear entre ellos. "Esto me pasa por tratar con chiflados", pensó para sí mismo. "Ahora fijo que aparece algún guardia con todo este escándalo..."
Miró alrededor, en busca de peligro, se echó la capucha por encima y se puso a caminar calle abajo. Debía encontrar un nuevo recipiente para Leril antes de que la lágrima donde estaba atrapada colapsase, momento que no podía precisar cuándo ocurriría ya que se trataba de un detalle que el viejo Nux se había saltado. Precisamente la idea de que en cualquier momento podía perder del todo a su compañera le espoleaba de una forma inusual, agilizando sus movimientos y agudizando sus sentidos. Su concentración le permitía detectar dónde se encontraba cada guardia cercano y la mejor manera de sortearlos, de manera que atravesó la ciudad tomando callejones estrechos y realizando pequeños conjuros ilusorios para no ser visto. Así continuó sin ningún incidente, hasta que alcanzó la amplia avenida que separaba el barrio noble del resto de la ciudad, en cuyo centro se encontraba.
-Está bien, Leril -susurró el mago mientras observaba tras una esquina-, ahí lo tenemos. Doscientos metros de visibilidad total antes de tener ninguna valla que saltar...
Efectivamente, Daaf se encontraba vigilando una vasta planicie adoquinada por la que apenas se divisaba a ningún transeúnte. De hecho, a nadie parecía interesarle lo que se encontraba más allá del ostentoso vallado que rodeaba las residencias de lujo donde vivía la nobleza del lugar. Estaba construido de tal forma que se pudiese identificar con facilidad a cualquiera que intentara acercarse. Sin embargo, a Daaf, que de hecho había dedicado la mitad de su vida al sigilo y la nocturnidad, no le costó demasiado dar con una técnica que le permitiera acercarse de manera segura, incluso tratándose de una gran superficie vacía a plena luz del sol.
-Vale… no ser visto… no llamar la atención… -comenzó a repetirse mientras se dirigía a un callejón vacío y estrecho- no ser visto… no llamar la atención…
Daaf extendió los brazos y juntó las manos al tiempo que susurró unas runas. De entre sus dedos chisporroteó una luz amarillo pálido. Después, el mago giró sobre sí mismo y la luz formó un círculo con su estela.
-Entonces… pantalla de invisibilidad aquí -chasqueó los dedos justo en un punto del círculo delante de él-, aquí, aquí y aquí…
Daaf siguió chasqueando los dedos detrás de él y a ambos lados, de modo que cada vez que lo hacía, una parte del círculo desaparecía y se extendía un plano rectangular de energía que hacía vibrar el aire y emborronaba todo lo que se mirase a través de él. Finalmente el mago se encontraba encerrado entre cuatro pantallas de invisibilidad, que parecía sostener con los brazos y dedos extendidos.
-Y ahora -siguió comentando en voz baja-, avanzar con cuidado y sin chocar con nadie.
Daaf comenzó a caminar lentamente, pero aquello de no chocar con nadie era sin duda más fácil decirlo que hacerlo, puesto que había bastante gente circulando cercana a los edificios que rodeaban el Distrito de las Camelias. En más de una ocasión pasó alguien demasiado cerca de Daaf y éste tuvo que contraer las pantallas de invisibilidad para que no se esfumaran porque alguien las tocase por accidente. Sin embargo, al final pudo alejarse del gentío y caminar más tranquilamente.
Cuando llegó a la alta valla del distrito, se puso a recorrerla hasta llegar a una de las puertas que daban acceso. Susurró un canto de presión que empujó suavemente la puerta, abriéndola, y la atravesó rápidamente. Una vez dentro, hizo desaparecer las pantallas de invisibilidad y continuó deslizándose por los callejones desiertos y plazoletas privadas que conformaban el sector más acaudalado de la ciudad. La tensión era mucho más grande allí, donde probablemente se encontraban apostados los temidos guardias de élite, por lo que en cada vistazo tras la esquina, en cada pie arrastrado y en cada carrera por un lugar más descubierto la respiración era fuertemente contenida por el temor a ser descubierto. Además, el hecho de que el lugar pareciese encontrarse extrañamente deshabitado tampoco resultaba demasiado tranquilizador. Sin duda se trataba de alguna estratagema para capturar al mago, pero si lo habían detectado ya o no era difícil de saber. 
A estos pensamientos se encontraba Daaf dándole vueltas cuando de pronto se vio frente a un edificio grisáceo que desentonaba grotescamente con el estilo que predominaba en el barrio, siendo éste muy recargado y repleto de detalles y aquél muy sobrio y pobre. Había llegado a donde quería.
“Sin duda este tipo se lleva bien con más de una personalidad influyente” pensó Daaf mientras trataba de tranquilizarse y se acercaba a la puerta metálica. Tocó suavemente con los nudillos y la entreabrió.
-¿Hola? -llamó tras asomarse- ¿Hay alguien aquí?
El interior del edificio era bastante oscuro y se encontraba repleto de todo tipo de trastos, colocados en estanterías de madera y desparramados por el suelo, de tal forma que dejaban un espacio para poder caminar en medio.
-¿Quién hay ahí? -respondió una voz sobresaltada tras un mostrador que se encontraba al fondo, desde el que asomó una cabeza- ¿Quién te ha hablado de este sitio?
-Ah, hola -respondió Daaf tratando de sonar lo más educado posible-. Ya sé que no es lo más adecuado visitar a un artesano mientras hace inventario, pero se trata de una emergencia, y me preguntaba si sería posible…
-¿Quién te ha enviado? -insistió el artesano, aún receloso y escondido en el mostrador.
-Fue el anciano Nux -contestó Daaf de inmediato-. Yo le expliqué un problema que tenía y él me habló de su almacén. Pensó que podría ayudarme.
Si el haberle revelado aquel lugar le acarreaba al viejo alguna consecuencia, a Daaf no le importaba en absoluto delatarlo, sobre todo después del numerito que le había montado hacía un par de horas.
-Nux, ¿eh…? -dijo el hombre tras el mostrador, pensativo- Bueno, está bien, no te quedes ahí asomado hijo, pasa, pasa.
Daaf entró finalmente en el almacén cerrando la puerta tras de sí, mientras el artesano salía de su escondite. Se trataba de un hombre delgaducho, con la cara alargada y el cabello corto y de un negro intenso, completamente alborotado.
-Sí, verá, se trata de…
-Las presentaciones, muchacho -le volvió a interrumpir-, las presentaciones van antes. Tú me dices tu nombre, yo te digo el mío,  y así tenemos un término con el que referirnos el uno al otro.
-Está bien… -titubeó el joven- Sí, discúlpeme.
Daaf buscó en sus ropajes y sacó la lágrima de fuego con gran cuidado.
-Me llamo Daaf y ésta es mi compañera Leril -se presentó, mientras le mostraba la pequeña esfera.
-¡Encantado, Daaf! Yo soy Melkon -respondió el artesano con entusiasmo-. ¿Tú también eres artesano? No había oído hablar de ti. Es un curioso nombre el que le has puesto a tu artefacto favorito. Por cierto, qué buen trabajo…
Melkon se había quedado ensimismado observando la lágrima. Daaf se empezaba a sentir algo incómodo.
-En realidad -dijo éste mientras se dirigía al mostrador-, no soy artesano, ni he sido yo el que ha hecho esta lágrima. De hecho, el que se la haya presentado como mi compañera tiene que ver directamente con el problema que me trae aquí, verá…
Daaf comenzó a explicarle la complicada situación de Leril al artesano, que se situó de nuevo tras el mostrador mientras escuchaba. Éste parecía estar cada vez más y más interesado con cada palabra que le contaba el muchacho.
-… y por eso necesito un artefacto adecuado para contener almas -dijo Daaf, finalizando su relato-, junto con la manera adecuada de pasar a mi amiga de aquí -señaló la lágrima que mantenía en su mano izquierda- a ahí -terminó, abarcando con un gesto las estanterías que había por todas partes.
-Pues sí que es algo peliagudo… -comentó Melkon con el semblante sombrío- El tema del alma es muy delicado. Te saltas el más mínimo detalle y ¡puf! -alzó las manos ilustrando sus palabras, mientras empezaba a comprobar las estanterías- se va todo al garete. Como mínimo aparece la Maldición del Corazón Sesgado, o algo peor. Hace falta muchísima precisión a la hora de construir cada componente, y por supuesto hacerse con material de la más excelente calidad... La mayoría de los depósitos espirituales se basan en formas cristalinas, que ofrecen una rápida absorción, pero no sirven para nada más, porque sacar la energía intacta de ahí es un auténtico incordio… Pero por lo que me has contado, me sospecho que buscas una transferencia limpia… Creo que tengo algo por aquí. Aguarda un momento.
Melkon se terminó de adentrar en las profundidades de su almacén, dejando a Daaf aparentemente solo.
-Aguanta un poco Leril, ya pronto te sacamos de aquí -le susurró el mago a la esfera de cristal que aún sostenía.
El almacén se mantenía extrañamente en silencio. De hecho, desde que entró, a Daaf le había dado la extraña sensación de que tenía los oídos medio taponados. Quizá por eso, aunque seguramente Melkon no se habría ido tan lejos rebuscando entre sus trastos, en realidad parecía que había desaparecido por completo. Por los altos y pequeños ventanucos que se abrían cerca del techo corría una ligera brisa. Daaf cerró los ojos dispuesto a disfrutar del airecillo en aquel momento de tranquilidad, pero al aspirar profundamente abrió de nuevo los ojos  sobresaltado.
-Mira, al final vas a tener suerte -sonó de pronto la voz de Melkon-. Pensaba que ya lo había distribuido, pero resulta que me lo olvidé la última vez que vine a envolver pedidos.
El artesano había vuelto a aparecer por donde se fue, con un paquete cilíndrico entre sus manos. Daaf parpadeó y echó un vistazo a su alrededor. No podía ser…
-¿Estás bien, hijo? -le preguntó Melkon extrañado.
-Sí… -respondió Daaf aparentando normalidad- Es sólo que me llegó un olor raro…
-¡Ah, sí, en los almacenes siempre huele extraño! -repuso Melkon, con su habitual entusiasmo- Tantos artefactos juntos, cada uno de una naturaleza distinta... Es normal, hombre, ya te acostumbrarás…
El artesano había sacado dos pequeñas herramientas de metal de debajo del mostrador mientras hablaba.
-Ahora -dijo, adoptando un tono de advertencia-, quiero que prestes atención. Se trata de un artilugio único y hay que saber utilizarlo bien, ¿comprendido?
-Comprendido -respondió Daaf. Estaba ansioso por sacar a su amiga del peligro.
Melkon comenzó a desenvolver el paquete con las herramientas que había sacado, hasta descubrir un extraño jarrón hecho de barro.
-Esto es una Vasija Fantasmal -explicó-. Puede contener el alma de alguien que tema a la muerte y esté cercano a ella, o bien puede usarse para mantener a alguien prisionero indefinidamente. Está construida de tal manera que la persona cuyo alma esté dentro puede hablar y hacerse oír si así lo desea, pero sólo cuando la tapa -la cogió y se la enseñó a Daaf- no esté puesta. En el momento en que la pongas no habrá manera de oír a quien esté dentro, por mucho silencio que se guarde.
-¿Y esa persona podrá oír el exterior con la tapa puesta? -quiso saber Daaf.
-Sólo -Melkon dio media vuelta a la tapa y la volvió a colocar sobre la vasija- cuando la pongas del revés. Si no, también incomunicarás al espíritu que la ocupe.
-¿Existe alguna otra interacción con la persona cuando está dentro?
-No, esa es la única. Y tampoco necesitarías más, me parece a mí. Podrás hablar con tu amiga tranquilamente, y ya no existirá el riesgo de que desaparezca para siempre. ¿Te parece bien?
Daaf fingió que se lo pensaba, a pesar de que lo tenía clarísimo. Nunca daba una respuesta inmediata cuando se trataba de comerciar, y tenía una gran experiencia en ello.
-Sí, creo que me vale -accedió al fin-. Sólo me falta que me digas la forma de meter a Leril ahí, y un precio.
-Ah, sí -saltó el artesano, como si lo hubiese olvidado-. Bueno, normalmente se requiere de un proceso espiritual muy complicado, llevado a cabo por algún monje especializado. Es necesario licuar el alma de quien quieras guardar, verterla en la vasija, sellarla y esperar a que la energía se reintegre. Pero tu caso será mucho más sencillo… Me has dicho que está metida en una lágrima de fuego, ¿verdad? -Daaf asintió con impaciencia- Eso quiere decir que dentro de poco la esfera se quebrará por las tensiones internas y liberará de nuevo el espíritu de Leril. Con que eso ocurra dentro de la vasija sellada será suficiente para que se incorpore por completo, de manera que sólo tendrás que meter la lágrima dentro y esperar. No te preocupes, la vasija se sella automáticamente cuando detecta que contiene energía espiritual. Cuando la puedas volver a abrir, tendrás a tu amiga a salvo. Y en cuanto al precio…
-Sí, mira -se apresuró a responder Daaf-, tengo aquí una bolsita de gemas de sangre. No sé si te parecerá suficiente…
-¿Bromeas? -exclamó Melkon- ¡Son justo lo que necesitaba para mi último proyecto! ¿Y piensas darme toda la bolsita?
-Sí, las conseguí hace unos meses mientras hacía un trabajo en las minas de Steffner, pero en realidad no las necesito. No me importa dártelas todas, si tanto te hacen falta.
El artesano se echó a reír de pura alegría mientras Daaf dejaba las gemas en el mostrador y se apresuraba a coger su recién adquirida vasija.
-¿Sabes? -comentó Melkon mientras observaba a Daaf introducir con cuidado la lágrima en la vasija- Ven a verme cuando se parta la lágrima e intentaré repararla. Está tan bien hecha que sería una lástima dejar que se rompa sin más. Estas gemas cubrirían de sobra una reparación como esa... Y tranquilo -añadió dándole una palmadita en el hombro a Daaf, que acababa de sellar la vasija-, que por el aspecto que tenía la lágrima no parecía estar a punto de romperse. Tienes tiempo, hijo.
Melkon se quedó observando al muchacho con aire bonachón mientras éste volvía a colocar el envoltorio alrededor de la vasija. Ésta emitía un ruido sordo por la pequeña esfera de cristal que ahora rodaba en su interior.
-Muy bien -concluyó Daaf, una vez terminó de empaquetar su compra-, pues muchas gracias por todo, de verdad. Ha salvado usted la vida de mi amiga, probablemente.
-De nada, hijo. Ha sido un placer atenderte, incluso en estas condiciones tan poco usuales -repuso Melkon, acompañando a Daaf a la puerta-. Espero volver a verte con esa lágrima.
-Sí, creo que le volveré a buscar -comentó Daaf mientras abría la puerta-. He tenido muy buena sensac…
Daaf se quedó con la palabra en la boca. En el exterior del almacén había esperándoles no menos de treinta soldados, equipados con brillantes armaduras de cuerpo entero y cascos dorados que simulaban la cabeza de un feroz león. Estaban dispuestos en un estrecho semicírculo alrededor de la puerta, apuntándoles con unas lanzas de punta larga y brillante.
-¡Quietos!
-Vaya… ten cuidado, hijo -le susurró a Daaf el artesano, medio oculto por la puerta-. Esas lanzas son más peligrosas de lo que parecen, son las conocidas como la Catarsis del Trueno. Tienen una amplitud de caudal enorme, lo que las hace casi imparables, pero también muy difíciles de manejar. De hecho, sólo se entregan a…
-La guardia de élite -terminó Daaf sin dejar de mirarles-. Sí, conozco sus herramientas, ya los he vist…
-¡FUEGO!
Un millar de relámpagos surgieron de las lanzas en dirección al joven mago antes de que pudiese esperárselo. Éste cubrió la vasija con todo el cuerpo, dispuesto a evitar cualquier daño que pudiesen infligirle, incluso si lo paralizaban con los rayos. Sin embargo, a los dos segundos volvió a incorporarse. Los relámpagos formaban una esfera alrededor, como si algo les impidiera impactar contra el cuerpo del muchacho.
-¡Es natural que un artesano proteja su almacén de grandes sacudidas de energía! -se hizo oír Melkon por encima del estruendo eléctrico- ¡Lo siento, hijo! ¡Me obligaron a no decirte nada, pero creo que no les ha salido como quería! ¡De hecho te va a venir bien que sean relámpagos!
-¡Intensificad el fuego! -se oyó ordenar a un guardia.
Los relámpagos se redoblaron. En el escudo invisible que protegía al mago y al artesano empezaron a aparecer brillantes grietas. Melkon extrajo una pequeña bolita oscura de un bolsillo y se la enseñó a Daaf.
-¡Prepárate! ¡Y protege bien la vasija, me costó mucho hacerla! ¡Suerte!
Melkon arrojó la bolita al suelo y cerró la puerta. Hubo un estampido, y tanto Daaf como los relámpagos fueron absorbidos en un punto minúsculo, y tras unos segundos de silencio un poderosísimo rayo surgió del suelo y se perdió en el cielo, llevándose consigo al joven mago y permitiendo así que volviese a escapar por los pelos.
El viaje en relámpago transcurrió en un instante, o quizá Daaf había perdido el conocimiento, porque cuando abrió los ojos el rayo ya se había disipado, y se encontraba ascendiendo suavemente en mitad de un inmenso espacio vacío de color azul cielo, sin duda aún impulsado por la inercia, pero ya empezaba a frenarse y en breve comenzaría a caer. Aturdido por el repentino despertar y la situación tan extraña, Daaf se puso a manotear en el aire asustado. Se encontraba tan alto que por debajo de él no se distinguía nada más que azul cielo por todas partes. El muchacho trató de calmarse y pensar alguna técnica que pudiese salvarle a él y a su compañera de la caída, mientras no dejaba de frenar.
-Vale, a ver… canto de vacío… -farfulló.
Se dispuso a entonar la técnica que antaño usara su compañera en una situación similar, pero de pronto se detuvo. Había terminado de ascender y durante una décima de segundo contempló aquel monótono paisaje de nubes algodonosas, sintiendo como si estuviese flotando. Y empezó a caer.
¡CLONC!
Daaf se había preparado para el aullar del viento en sus oídos y la dificultad para respirar, pero tras dos metros de caída se dio de bruces inesperadamente. Se levantó con cuidado, dando gracias de haber aterrizado sobre su costado, y no sobre la vasija que en aquel momento era tan importante. Se encontraba en algún tipo de plataforma invisible, puesto que el paisaje no había cambiado.
-¿Qué…? -acertó a mascullar el mago, completamente desorientado por aquel fenómeno.
-Mira, es un humano.
-¿Qué hará aquí?
Daaf se dio la vuelta de inmediato, pero no vio a nadie. Sólo una ligera neblina que se encontraba a escasos metros de él.
-No importa. Envíalo de vuelta.
-¡No, esperad!
A Daaf no le dio tiempo a decir nada más antes de que una luz intensa lo atravesara. Retrocedió unos pasos y chocó con una superficie dura. Se dio la vuelta y vio que se trataba de su torre. Había vuelto al suelo.
-Vale… voy a hacer como que esto no ha ocurrido… -comentó Daaf con cautela. Lo que importaba es que por fin había llegado a su casa y estaba totalmente a salvo.
El resto del día se lo pasó haciendo preparativos para esa noche, en la que tenía pensado realizar el penúltimo paso de su plan. Desenvolvió amorosamente la vasija donde estaba Leril, la dejó en un lugar de sus propios estantes y empezó a organizar ingredientes y a hacer notas de todo tipo. También fue unas cuantas veces hasta el claro de la arboleda donde había inscrito el círculo de su hechizo, transportando sacos de tierra y otras sustancias irreconocibles, haciendo mediciones y observando aparentemente la visibilidad del cielo que ofrecían los cedros que crecían allí por todas partes.
Cuando el cielo empezó a enrojecer con el crepúsculo, ocurrió algo que Daaf llevaba esperando desde por la mañana. Se encontraba este repasando por enésima vez uno de los dibujos del círculo para comprobar que lo había inscrito perfectamente, cuando de repente oyó un ligero "clic" a su izquierda. Se volvió rápidamente y observó la vasija. No emitió ningún otro sonido, pero Daaf seguía expectante. Se levantó lentamente, despejó la mesa y fue a por la vasija. Una vez la puso en la mesa, tocó la tapa y comprobó que se podía mover otra vez. Respiró hondo y la levantó.
-¿Leril...? -se aventuró a llamar débilmente.
-¡Cuando recupere mi cuerpo voy a ir a partir en dos a ese canalla! -resonó La hechicera, alto y claro, desde la vasija.
Daaf sonrió profundamente. De hecho, no pudo evitar que una lágrima de júbilo se le escapara. Su amiga estaba ahí, de nuevo, con su carácter de siempre, y podía hablar con ella. El muchacho metió la mano mientras su amiga seguía despotricando contra Nux y extrajo los pedazos de la lágrima de fuego, que por cierto se había dividido en seis partes limpiamente, sin fisuras.
-Madre mía, Leril, no me lo puedo creer. Me alegro tanto... -empezó a decir el joven con la voz tomada, una vez guardó la lágrima rota.
-Pues no te alegres tanto y ponte a trabajar. ¿No se supone que tienes el tiempo justo para ensamblar el catalizador? Mira que como se te vaya todo al traste por ponerte sentimental... Tendrías que haberte muerto tú, y estar ahora con el culo metido aquí, para que sepas lo que...
Daaf volvió a colocarle la tapa a la vasija, pero del revés.
-Mira, cuando recuperemos tu cuerpo seguramente me darás todos los capones que te dé la gana, pero por el momento voy a aprovechar que te puedo hacer callar cuando quiera.
La vasija permaneció en el más absoluto silencio. Daaf se maravilló de que realmente funcionase como Melkon le había descrito.
-A ver, te voy a resumir lo que llevo de momento... -el joven empezó a pasearse mientras enumeraba sus avances- Voy con adelanto en el hechizo, de hecho ya está todo preparado. Estoy repasando la inscripción de la matriz desde hace media hora por puro aburrimiento, ya que ha de hacerse en noche cerrada, y ahora mismo el sol todavía se está poniendo. Los ingredientes están colocados. La poción está reposando.
Daaf realizó una pequeña pausa, como para dar a entender lo evidente.
-Así que -continuó mientras se volvía a sentar-, no hay razón para ponerse a meter prisa. ¿Vale?
El mago dio un golpecito en la vasija y retiró de nuevo la tapa.
-Eres un capullo -le espetó la vasija.
-Y tú una pesada. Qué le vamos a hacer. Nos queda bastante rato, así que relájate, tengo que contarte lo que pasó cuando salí del almacén.
Daaf volvió a colocar a Leril en su sitio en la estantería y el resto del tiempo lo dedicó a charlar a ratos con ella, comentando lo que le había ocurrido con la guardia de élite y las misteriosas voces del cielo, mientras volvía a repasar una y otra vez la forma del círculo y el complejo poema rúnico que debía pronunciar aquella noche. Esto último lo hacía mentalmente, ya que no podía escribirlo ni vocalizarlo en alto, como bien comprobó días atrás. Por fin oscureció del todo y las estrellas titilaron en el cielo nocturno. En aquel momento, el mago llevaba un rato dormido sobre sus apuntes, aburrido por la espera y la ausencia de tareas.
-¡Eh! ¡Marmota con patas! ¿Ya podemos tener prisa?
Daaf se despertó sobresaltado.
-Gracias, Leril -dijo simplemente-. Llegó el momento. Vuelvo dentro de un rato.
Y sin añadir nada más salió por la puerta.
El aspecto del paisaje nocturno en aquellos días siempre resultaba un tanto lúgubre, ya que la luna creciente lo teñía todo de un color sangre que resultaba de todo menos tranquilizador. Y en mitad de las rojizas tinieblas se acercó Daaf, tapado con una capucha, en silencio, al pequeño claro en el que tenía su hechizo preparado. Cuatro grandes círculos, junto con una buena cantidad de otras formas geométricas más pequeñas, estaban inscritos en el suelo terroso. Justo encima, colocados con suma precisión, se encontraba una gran variedad de objetos. Desde piedras y palos en el círculo más grande, pasando por ramas de plantas, tanto frescas como secas, flores y pequeños insectos muertos, hasta montoncitos de sustancias oscuras y malolientes, rocas que brillaban con distintas tonalidades, cuencos rellenos con líquidos de todo tipo y un polvo centelleante espolvoreado por ciertos sitios. Daaf observó toda la disposición de ingredientes, asintió con satisfacción y se colocó en el centro del círculo.
En mitad del silencio de la noche, sólo perturbado por los grillos y alguna lechuza ocasional, el mago alzó los brazos y empezó a pronunciar las runas sombrías, con una voz grave y antinatural, al tiempo que se puso a mover su cuerpo al unísono con los ingredientes que, como respuesta al hechizo, empezaron a moverse. Algunos levitaban, otros se arrastraban, se combinaban unos con otros... Al poco rato Daaf se encontraba dentro de una oscura y turbia nube multicolor, realizando su pavorosa danza con la que iba ordenando a todo lo que le rodeaba cómo moverse y a dónde ir. Las sustancias mutaban, cambiaban de color, y de vez en cuando lanzaban algún destello junto con la forma de alguna runa sombría, que a su vez provocaba un nuevo efecto a su alrededor. La vejiga de cabra que le había entregado Leril también se encontraba allí, y en su momento se elevó, se resquebrajó y dejó escapar una vaharada de humo oscuro que enseguida se combinó con un grupo de flores y piedras que orbitaba en ese momento. Los restos de la vejiga igualmente se hicieron polvo y se arremolinaron hasta quedar fuera de la nube, como otros muchos restos que estaba expulsando el hechizo. A medida que avanzaba el canto grave y sombrío de Daaf, la nube de elementos empezó a achicarse y disiparse, mientras otras partes se iban condensando cada vez más. En un momento ya no había elementos reconocibles levitando alrededor del muchacho, sólo formas oscuras retorciéndose y fusionándose. Después de eso, cuando únicamente quedaba una sola de aquellas formas oscuras, el canto de Daaf cambió y empezó a volverse cada vez más vertiginoso, lo que provocó que la forma empezase a girar sobre sí misma a gran velocidad. El mago estaba exhausto por la gran cantidad de energía que había empleado y manipulado, y en aquella última parte, sin duda la más frenética, gotitas de sudor resbalaban por su frente y pasaban junto a sus ojos inyectados en sangre. Sin embargo, el mago continuaba pronunciando las runas con absoluta precisión, con lo que la masa oscura que tenía encima de su cabeza se convirtió en un borrón y empezó a formar una fuerte corriente de aire con su giro vertiginoso. Los árboles a su alrededor aullaban y algún arbusto salió volando, arrancado por la fuerza del viento. De pronto, Daaf terminó su letanía, el viento cesó y la forma que tenía sobre su cabeza hizo un ligero "plop" antes de desaparecer y dejar al descubierto una bolita oscura poco más grande que una canica, que descendió suavemente y se posó sobre la mano extendida del mago. El catalizador había sido ensamblado con éxito.
El joven mago se tambaleó hasta el árbol más cercano y se sentó en su base, jadeando y escupiendo sangre. El sortilegio le había afectado más de lo que pensaba, y en aquel momento no se veía capaz ni siquiera de tenerse en pie. Decidió quedarse allí hasta recuperar sus fuerzas, de modo que guardó en un saquito el catalizador que tanto le había costado hacer (se había dado cuenta de que dañaba la piel por contacto), se recostó como pudo y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir la luz rojiza se había ido, y la escasa claridad de un amanecer inminente empezaba a iluminar mejor el estropicio que había ocurrido horas antes. El suelo donde había estado el círculo se había calcinado por completo y había basura esparcida alrededor de todo el claro. Daaf observó toda aquella entropía antes de levantarse y volver a la torre, pensando que quizá en un futuro encontraría tiempo para limpiarlo.
-Vaya rato más largo, ¿eh? -le inquirió Leril al mago cuando volvió a entrar en su habitación.
-Ha sido agotador -repuso Daaf, aún con dificultades al respirar-, mucho más de lo que me avisó Nux. Ni siquiera me podía levantar cuando acabé. Pero lo tengo.
El mago sacó el saquito y lo colocó en su mesa.
-Entonces, ¿ahora a esperar? -quiso saber Leril.
-Sí, tenemos lo justo para dejarlo reposar. Quedan dos días...
Durante esos dos días, Daaf se quedó en su habitación, y se dedicó a realizar más preparativos necesarios. Atendió una poción brillante que borboteaba en su caldero desde no se sabía cuándo, releyó sus apuntes sobre demonios y sobre vinculaciones espirituales y también rescató algunas notas sobre anatomía humana básica. Leril le pidió que mientras tanto la mantuviera tapada, ya que le había explicado que en aquel estado no podía dormir, y que lo más parecido que tenía era cuando cerraba del todo la vasija, momento en el cual dejaba de ser consciente hasta que se volviese a abrir.
-Así al menos descansaré la mente hasta que recuperemos mi cuerpo -argumentó la chica cuando se lo pidió.
A los dos días, la habitación parecía totalmente distinta. Debido a la gran cantidad de tiempo libre del que dispuso, Daaf aprovechó también para limpiar los meses y meses de desorden por los que había pasado su cuarto, tan concentrado como estaba el mago en su trabajo. Antes de irse a dormir esa noche, Daaf sacó de un cajón una enorme jeringa con la aguja tan gruesa como un lápiz, la llenó con la poción que había en su caldero y la dejó en la mesa. Después, llenó un vaso de agua y lo puso al lado.
-Bien... Vamos allá -se dijo, y se fue a la cama.
Aunque no tardó mucho en dormirse, tuvo un sueño intranquilo. Sus sueños no se concretaban, sólo escuchaba voces sueltas que gritaban en ocasiones, mientras imágenes fugaces se le iban cruzando en todas direcciones. Todo aquel desasosiego culminó con un fogonazo rojo que lo despertó de un sobresalto. Daaf se dio un momento para recordar quién era y dónde estaba, y entonces se dio cuenta. Por fin había recibido la esperada señal mental. Aquél era el final. El mago se sentó en la cama y respiró profundamente. Tras unos pocos minutos se levantó con tranquilidad y sacó el catalizador de su saquito. Éste había cambiado ligeramente, su textura era más escamosa y se había calentado mucho. Daaf lo observó con curiosidad un momento y lo echó en el vaso de agua. Esperaba que se disolviese lentamente, tiñendo el agua o algo parecido, pero sin embargo se deshizo rápidamente en una pequeña mancha oscura, que a su vez se diluyó dejando el líquido tan cristalino como estaba antes. Sin esperar más, el mago alzó el vaso de agua y lo derramó en el suelo, justo en la parte que estaba iluminada por la Luna Roja, que en aquel momento brillaba más que nunca en el cielo. En cuanto hubo hecho esto, Daaf agarró la jeringa. Su pulso estaba ahora mucho más acelerado, y había empezado a sudar. Entonces vio que el agua que había derramado estaba humeando, lo que de alguna manera lo apremió aún más, porque de pronto cerró los ojos y se clavó la gruesa aguja justo en el corazón. El muchacho retrocedió hasta la pared, pero no paró ahí. Con la mano izquierda sujetando la jeringa, agarró el émbolo con la derecha y empezó a bombear la poción de color amarillo limón que había dentro. El chico no pudo contener un largo grito de agonía mientras sentía como el líquido espeso iba penetrando en su cuerpo. Sin embargo, no quiso detenerse hasta que hubo vaciado toda la jeringa, momento en el que se la sacó y la arrojó a un rincón, saltando ésta en pedazos. Daaf resbaló por la pared y se quedó sentado en el suelo, junto a su escritorio. Todos sus músculos se le habían agarrotado, y un dolor intenso se le extendía desde la herida sangrante que se había hecho con la aguja hasta las puntas de sus extremidades. Sentía su cuerpo cada vez más débil y dolorido, pero a pesar de todo se puso a observar con mucha atención lo que ocurría justo delante, donde había derramado el agua.
Para empezar, ya no parecía agua. Se había vuelto de un color negruzco y había empezado a borbotar como si fuera algún tipo de melaza muy espesa. Después, el charco creció y se abombó, como una gran costra que le hubiese salido al suelo. Ésta siguió creciendo, dejando de parecer en absoluto ningún líquido y revelándose como una especie de membrana oscura, una membrana que ocultaba algo. Cuando se agrandó hasta ser más alta que una persona adulta, dejó escapar un sonido horrible desde dentro, como un rugido visceral y atronador. En ese momento, la cosa que había allí dentro se sacudió un momento y, de improviso, se deshizo de la membrana y la arrojó por todas partes, con lo que se deshizo al instante. Una figura humana enorme, con músculos bien desarrollados y piel rojiza, se encontraba de pie desnuda en la habitación de Daaf, de espaldas a él. Tenía alas apergaminadas de murciélago que le nacían bajo la nuca, y cuando se dio media vuelta para echar un vistazo a su alrededor, desveló unas facciones hoscas con colmillos que sobresalían y ojos rojos centelleantes, y unos amenazadores cuernos en forma de hoz que le salían de la frente de tal forma que apuntaban a todo aquello que mirara la criatura. Y en ese momento, a donde miraba era a Daaf, que seguía acurrucado entre su cama y su escritorio, sosteniéndole la mirada. Podría pensarse que lo atacaría, pero quizá por su estado lamentable lo desdeñó con un gesto de asco y se dirigió a la puerta. Daaf continuaba sin apartar la mirada, y esto pareció incomodar al demonio, porque de repente se detuvo, se dio media vuelta y volvió a mirar al muchacho. Este no dejaba de mirarle a los ojos, tratando de reunir las fuerzas que le quedaban. Entonces el demonio soltó un resoplido de furia y se le acercó, amenazante. Aun con la criatura a menos de diez centímetros, Daaf seguía clavándole los ojos, como si no hubiese nada más a lo que mirar. El demonio hizo una pequeña pausa, como dándole una oportunidad para corregirse, pero el mago no se movió, de modo que lo agarró del cuello, lo levantó y le clavó la mano (que más bien parecía una garra) justo en el pecho. Daaf estaba en las últimas, pero ni por esas, parecía que quisiera morir perdido en la mirada del demonio. Éste gruñó y sacó la garra de su pecho, con la que le había arrancado de cuajo el corazón palpitante. Desencajó la mandíbula, abrió la boca de forma antinatural y se metió el corazón entero, tragándoselo sin ni siquiera masticar. Después de eso, Daaf parecía haber expirado totalmente, por lo que lo arrojó sobre la cama y se dispuso a irse, pero de nuevo se detuvo. Su presa, la que se suponía debía estar ya muerta, estaba sonriendo. El mago se incorporó con mucha dificultad y continuó observándole con suficiencia, a lo que frunció el ceño en un gesto de sospecha. Sin embargo, y antes de que pudiera sospechar nada, su cuerpo empezó a brillar con el mismo color que tenía la poción que se había inyectado el mago, que empezó a reírse mientras los contornos del demonio se desdibujaban y emborronaban, y una extraña corriente lo arrastraba con él. Convertido en un mero reflejo mientras no dejaba de rugir y patalear, el desdichado demonio no pudo evitar verse absorbido sin remedio hacia el agujero sangrante que había en el pecho de Daaf, hasta que finalmente todo, junto con los restos de sangre que habían caído por todos lados, quedó fusionado con su cuerpo, que como resultado sanó todas sus heridas y volvió al estado en el que se encontraba antes de todo aquel oscuro ritual, quedando únicamente sus ropas destrozadas. El muchacho respiró hondo una vez más, y volvió a sonreír.
-Lo conseguí... -susurró con satisfacción- ¡Lo conseguí! Y ahora...
El mago se levantó y sacó un pequeño trozo de pergamino que guardaba en un cajón de su escritorio. Éste rezaba:

Paso 1. Jugársela a un demonio.
Paso 2. Explorar Tierras No Mágicas.
Paso 3. Conseguir el Orbe de Omnia Mundus.

Daaf tachó con un lápiz la primera línea y escribió "recuperar cuerpo de Leril" justo entre ésta y la segunda. Después volvió a guardar el pergamino, se cambió de ropa y cogió la vasija donde guardaba a su amiga.
-Leril -la llamó con suavidad tras destaparla-, ya le he hecho la jugarreta al demonio. Ha salido todo bien, pero por poco no lo cuento. Ahora, vamos a por tu cuerpo.
-Bien -respondió la chica-. Estoy deseando volver a ser yo de verdad.
Daaf volvió a tapar la vasija y la colocó con cuidado en una mochila que tenía preparada junto a la cama. Se la puso, echó un último vistazo a su habitación y salió por la puerta.  

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