miércoles, 17 de febrero de 2016

La jugarreta de Daaf. Sexta parte.

La pradera se antojaba tranquila. El suelo, acolinado, lucía un césped verde natural que parecía estar invitando continuamente a cualquiera a tumbarse sobre él, si no fuera por el cielo lleno de nubarrones y el viento, un tanto molesto, que iba mesando el cabello de todo el paisaje.
Por medio de tal coyuntura iba recorriendo un hombre el camino que partía en dos la vista, con la mirada fija en la localidad donde a lo lejos moría la senda. Se encontraba con sus pensamientos dispersos por su marcha cuando, a varios metros enfrente de él, un fenómeno extrañísimo le detuvo y concentró toda su atención. Un minúsculo punto oscuro que acaso podría haber permanecido ahí siempre sin ser detectado, comenzaba a crecer y crecer sin parar. El aldeano se mantuvo completamente inmóvil mientras observaba aquella incomprensión. El punto, que ya era más una bola que un punto, reveló estar hecho de algún tipo de tejido, mientras su tamaño siguió aumentando hasta que bien pudo albergar a una o dos personas dentro de forma holgada. En ese momento su crecimiento se detuvo bruscamente, tras lo cual cayó al suelo perdiendo toda la forma. El pasmado silencio del único espectador continuaba inquebrantable mientras advertía que, efectivamente, el gurruño de tela oscura revelaba contener a alguien, que al momento empezó a quitárselo de encima.
Tras zafarse totalmente de la manta, la hechicera Leril se incorporó y volvió a observar la luz del día. Se dispuso a recoger su extraña prenda cuando se dio cuenta de que tenía compañía. Le lanzó una mirada irónica al asombrado y le dijo con desdén:
-Qué, ¿nunca ha visto a nadie saliendo de un refugio de Punto Infinito?
El señor simplemente respondió a una llamada que parecía estar haciéndose a si mismo desde hacía rato y salió corriendo sin más hacia la aldea. Leril soltó un bufido de hastío.
-Bah, borregos ignorantes... -masculló.
Una vez todo recogido, Leril oteó el paisaje que se abría ante ella. A lo lejos, todo se tornaba montañoso y de color verde oscuro hasta donde alcanzaba la vista. El bosque misterioso que lindaba al sur con todo límite del reino siempre constituía una visión impresionante o incluso escalofriante, según quien lo mirara. En cierto modo, no parecía algo natural. Parecía como si, en algún momento de la historia, alguien hubiera colocado allí aquella ridícula cantidad de árboles. La expresión de Leril cambió como si hubiera visto a un antiguo pariente después de un largo tiempo, tras lo cual se dio la vuelta y siguió el camino que llevaba a Dusundun, el pueblo más meridional del reino.
Una vez atravesó los portones de la muralla que protegía la localidad, Leril comenzó a mirar a su alrededor, claramente a la búsqueda de algo, o alguien. Sus pasos, cautelosos, resonaban en el empedrado color beige que cubría todo el suelo. En las calles se observaba muy poco movimiento, y las escasas personas que confirmaban que no se trataba de un pueblo fantasma podían verse en su mayoría sentadas en los porches de sus casas, observando con cierta indiferencia a la extraña que en aquel momento turbaba el estático paisaje. Tras recorrer unas cuantas calles Leril dio con la plaza principal del pueblo, en cuyo centro se alzaba el que sin duda era el más antiguo de los edificios que allí se encontraban. La piedra con que estaba hecho presentaba evidentes signos de erosión, y podían identificarse cuantiosos indicios de musgo y liquen tanto en las juntas de los ladrillos como en cada una de sus cinco esquinas.
Leril se dirigió directamente a la puerta de madera milenaria y accionó un par de veces el pesado llamador que la coronaba. Este produjo unos golpes graves y resonantes que parecieron estremecer el edificio entero, desde el tejado hasta la base, e incluso más abajo, hacia las entrañas de la tierra. Después, silencio. Leril permaneció frente a la puerta de pie, sin hacer nada más, fundiendo su quietud con la ligera brisa que la acariciaba.
Tras lo que pudieron ser perfectamente dos o tres minutos, la puerta se abrió de repente, revelando a un hombre bajo y delgado, vestido con prendas de tela ligeras y holgadas, y que aparentaba una edad avanzada. Su pelo era escaso, blanco y largo, y miraba a Leril con los ojos entornados, como si no hubiera visto la luz del día en mucho tiempo. Junto con esta imagen salió de la puerta una oleada de olor a rancio y cerrado. Leril cerró los ojos y arrugó ligeramente la nariz. No le gustaban las capillas.
-Sí... -dijo vagamente el hombre.
-He de entrar en el bosque. Si pudiera echar un vistazo a...
-Pasa -la interrumpió. El personaje volvió a adentrarse en la capilla, dejando la puerta abierta para que le siguiera Leril. Esta hizo de tripas corazón y entró también, cerrando con un sonoro golpe.
Mientras tanto, en el otro extremo del reino, Daaf atravesaba con sigilo y cautela el complejo entramado de calles y túneles de Sinax con su destino claro en su mente. Sabía que aún se le buscaba, y de algún modo podía constituir un suicidio adentrarse en el centro neurálgico de todo el organismo que iba tras él. Aun así procuraba ir con sigilo por los lugares más recónditos de toda la estructura urbana. La luz del sol se filtraba por todos los huecos de la roca tallada, y continuaba hacia dentro reflejada en un sistema especial de espejos, lo cual no evitaba que hubiera por todos lados rincones oscuros que invitaban a la discreción. Precisamente se encontraba Daaf atravesando uno de estos lugares, subiendo por una angosta escalera en un túnel. Ésta desembocó en una calle-balcón que se asomaba a un gran desfiladero interno plagado de calles similares, grandes ventanas, puentes y escaleras sinuosas. Daaf se deslizó en silencio, alejado de la barandilla, y tras haber recorrido unos veinte metros bajó rápidamente los escalones del porche de un pequeño local con un letrero gastado. Se quitó la capucha y empujó la puerta.
-Oh vaya, llegó el rapaz -comentó Skerj tras el mostrador -. Por lo que veo la has liado pero bien esta vez ¿eh? El revuelo se comenta por todo el barrio.
-Ahórrate la cháchara -dijo Daaf simplemente mientras cerraba la puerta-. ¿Tienes algo resistente por ahí?
-Rebusca por ahí, por el rincón -le contestó mientras señalaba a su izquierda, por la parte más amplia del local minúsculo.
El erudito se dedicó a observar con curiosidad a Daaf, que se puso a revolver un montón de trastos mientras continuaba el palique:
-Las patrullas están por todo el Distrito de las Faldas. Hay un grandísimo interés en encontrarte, ¿sabes? Claro que eso te dejará espacio para que una vez dentro... ¡el trozo de  equalum!
Daaf extrajo con brusquedad una pesada plancha irregular de algún metal oscuro, y sin avisar la soltó en el aire al mismo tiempo que profería un alarido de rabia y descargaba un puñetazo envuelto en llamas y chispas contra la pieza, que emitió un sonoro gong. Esta, sin embargo, no se desplazó lo más mínimo. Al contrario, vibró durante un instante y luego todo el juego espectacular de luces se convirtió en un reflejo que desapareció en su superficie de color apagado, antes de que cayera pesadamente al suelo.
-¡¡El maldito traidor!! Primero falta a su palabra y luego trata de liquidarme mandando a un espantajo. ¡Sabía que no era un tipo de fiar! Me ofreció una beca en la catedral de aquí, Skerj, me dio opción de seguir asimilando aun después de haber pasado la preparatoria en los Prados de Senala -propinó otro golpe al fragmento oscuro que permanecía en el suelo, que igualmente absorbió toda la energía producida-. ¡Estaba jugando conmigo! Me quería confiado, relajado, en su sitio para poder eliminarme de un plumazo. Me tiene miedo, lo sé. Pero aaah, a Daaf no se le engaña tan fácilmente. Cuando acabe lo que tengo pensado encontraré a ese tipejo que mandó y luego le hundiré. Va siendo hora de limpiar el reino de lacras como él...
Skerj simplemente lo observaba mientras profería improperio tras improperio, la corta melena agitándose alrededor de su cabeza y sus ojos oscuros chispeando de furia.
-Puedes... -le interrumpió- ¿Podrías... dar otro golpe a la cosa esa? Creo que hay alguien en la Grieta que aún no se ha enterado de tus problemas de mierda.
Daaf cortó su iracundo discurso de inmediato. El sabio Skerj solía callar en cualquier situación, pero por eso mismo sus palabras siempre causaban un gran efecto.
-Oh, vaya... -continuó con sarcasmo- Chavalín, sólo tienes dos pruebas inconsistentes de esa acusación tan grave. Te estás precipitando como una bolita de sucum en un círculo maldito. Y vas a acabar igual de maltrecho.
Daaf se acercó con vehemencia a su anfitrión y colocó sus manos en el mostrador.
-El enviado sabía sellos de ángel, Skerj. El único que conoce esos sellos es el Ilustre Magna. No me los quiso enseñar ni a mí.
-¿Y tú qué sabes? -le contestó simplemente Skerj.
Daaf le clavó una mirada furibunda tras la cual acabó alejándose otra vez del mostrador con desdén. Skerj continuó sus contundentes palabras.
-¿Qué pasa, te crees tan importante como para ser el único a quien el Ilustre Magna quiera enseñar un conocimiento vedado? Vaya, vaya, se te ha ido la cabeza, creo yo.
Daaf daba vueltas como un león enjaulado. Abrió la boca dispuesto a protestar de nuevo cuando Skerj le cortó señalando de forma autoritaria una silla ajada que había junto a la puerta.
-Siéntate -le ordenó.
Daaf tardó en obedecer, ofreciendo un semblante desafiante, pero lentamente se acabó sentando. Entonces Skerj se movió por fin del mostrador, revelando su andar característico, y se acercó a Daaf.
-Estás fallando como un anillo encantado de los que venden en el Distrito del Corazón. Concéntrate. Focus, Daaf.
El joven mago cerró los ojos, obligándose a tranquilizarse, mientras Skerj se paseaba delante de él.
-Piensa. Trata de mirar más allá de esa visión estrecha e inútil que has dado al caso. En la magia siempre puede haber más de lo que parece. Es lo mismo con todo, vaya. ¿Crees que hoy día se puede llegar a Ilustre Magna con ideas absurdas de dominio y conservación del poder? Sabes mucha historia, Daaf, trata de contar cuántos líderes corruptos ha tenido el reino a través de las héxadas. Tu acceso de rabia no tiene sentido.
Daaf comenzó a encajar las palabras del sabio poco a poco.
-Entonces, ¿qué sentido tienen el ataque y su repentina apertura del portal? -preguntó, aún un poco inquieto.
-Es indudable que hay alguien que anda tras de ti, simplemente no debes asumir tan rápidamente la respuesta. Trata de considerar otra opción. ¿Qué sentido tendría el movimiento del Ilustre Magna en el caso de no ser él quien te buscaba desde el principio?
-Desde luego que ahora por ello la guardia se me echa encima por todos lados.
Skerj chascó los dedos.
-Vas bien. Ahora empiezas a pensar. ¿Qué ocurre cuando toda la guardia te busca en todo momento?
-Que en realidad... podría recurrir a ella en cualquier momento...
-Bien... -contestó Skerj invitándole a continuar.
Daaf abrió los ojos y se levantó. Empezaba a entenderlo todo.
-Él sabía que en un principio trataría de frustrar su apertura del portal. Me conoció muy bien mientras me enseñaba. Primero me prometió que no haría expediciones, y luego faltó a su promesa a propósito para así tener una excusa que le permitiera tener a toda la guarda detrás de mí. Pero si convocó la apertura hace tres días eso quiere decir...
-Quiere decir que sabía antes que tú que alguien te quiere muerto -Daaf se quedó mirando a Skerj con estupor-. Te está protegiendo en secreto, chaval. ¿Qué te cuesta a ti escapar de la guardia? Pero si tienes algún problema de verdad sólo te tienes que dejar atrapar... Oh, vaya...
-... y tendré una escolta magnífica... -terminó Daaf.
El erudito sonrió con satisfacción mientras volvía a su lugar en el mostrador. Daaf se apoyó en la pared mientras le seguía dando vueltas. Aquello lo cambiaba todo. De pronto ya no se sentía perseguido, podía volver a concentrarse en su plan. Necesitaba completar el hechizo lo antes posible y volver a su torre sin llamar la atención.
-Por cierto -añadió, volviendo junto a Skerj-. Gracias por la Llave del Pasado. Guárdala el doble de bien que antes. No quiero volver a ver este invento del demonio nunca más.
Skerj empezó a reírse a carcajadas mientras alcanzaba un pequeño paquetito de tela que le arrojó Daaf. Tras introducirlo sin más en un cajón del mostrador, se quedó mirando a Daaf de nuevo.
-Te lo dije -le espetó con una gran sonrisa.
-Ya... siempre me lo dijiste...
-¿Necesitas alguna llave normal para volver a tu casa?
-No, gracias. La última aún me aguanta bien... -le respondió Daaf mientras ya se daba la vuelta para irse. Entonces se paró en seco y volvió a mirar al erudito. Éste le alzó las cejas sin abandonar su cara de diversión.
-¡Está bien, dame tres más! -exclamó, poniendo con brusquedad una pequeña bolsita de tela en el mostrador.
Skerj soltó sobre el mismo uno a uno tres grandes alfileres pinchados cada uno en un pequeño corcho.
-No te preocupes...invita la casa... -le dijo Skerj con lentitud. Sus ojos le vacilaban más que nunca.
Daaf resopló y esbozó finalmente una pequeña sonrisa. Recogió todo lo que había frente a él.
-Siempre me ha parecido que tú y el Ilustre Magna sois muy amigos. No lo entiendo... Se supone que él no sabe nada de lo que haces aquí.
-Y tú se supone que no sabes nada de muchas cosas. Se sabe, más que se supone. Deja de intentar abarcarlo todo, hijo. Focus. Oh, vaya...
Y tras aquel último consejo, Daaf se despidió del sabio Skerj con un gesto y salió finalmente del local, que al volver a cerrarse la puerta volvió a su estatismo absoluto. Skerj ya no tamborileó más.
Fuera, Daaf se tomó un momento para observar el barrio de la Grieta. Su siguiente paso era esperar dos días y reencontrarse con Leril en la taberna de Mataescamas. "Bueno", pensó. "Este barrio no es de los más vigilados. Algo podré hacer mientras espero. ¿Cómo le irá a esa pesada?"
Y sin más, emprendió la marcha a lo largo de la calle-balcón. 

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