jueves, 8 de octubre de 2015

La jugarreta de Daaf. Quinta parte.

El sabio Skerj tamborileaba con los dedos en su mesa. Se trataba de un evidente signo de impaciencia, contrastando con su habitual talante impasible. Daba la impresión de estar esperando algo, o a alguien, ya que además mantenía su mirada fija en la puerta enfrente de él. Sin embargo, aparte de los suaves golpecitos contra la madera, ningún otro sonido podía oírse en la tranquila estancia. Skerj sabía que tarde o temprano esa puerta se abriría, y mientras tanto su tamborileo contaba, como si de un singular metrónomo se tratase, el tiempo que transcurría hasta que ocurriese. Tiempo...
Precisamente en el tiempo se encontraban atrapados en ese momento Daaf y Leril, buscando, o eso parecía, una salida a todo el caos que estaban recorriendo. Las paredes del túnel que atravesaban en ese momento se empezaban a agrietar, mientras llevaba rato acompañándolos un chirrido amenazante que en ocasiones parecía sacudirlo todo. Daaf se apresuraba por delante de Leril, que desde que comenzaron los temblores estaba cada vez más asustada.
-¡Daaf, por dios, dime qué demonios ocurre! ¡Antes los túneles no se agrietaban! -le chilló por encima del escándalo.
-Se nos acaba la suerte. No quedan muchos fragmentos lo suficientemente estables como para visitarlos. De hecho creo que el siguiente es el último. ¡Prepárate!
-¡Pero para qué! -le espetó Leril cada vez más histérica.
Daaf volvió la cabeza un momento sin dejar de correr, miró a su compañera con gravedad y simplemente dijo:
-Para todo.
Leril contrajo una mueca de frustración y miedo, al tiempo que se fijaba que llegaban al final del túnel, gobernado por una puerta que le resultaba muy familiar. Daaf la abrió con el hombro casi sin frenar, atravesaron el umbral rápidamente, y ya cuando Leril iba a cerrar Daaf la interrumpió con un empujón.
-Espera.
Desde donde estaba, Leril podía ver el túnel colapsándose a lo lejos. Con suma precisión y rapidez, Daaf extrajo una botellita de una pequeña bolsa entre sus ropajes.
-¿Pero qué haces?
-Se trata de un simple ungüento que brilla al verterlo. Necesito algo para marcar -le contestó Daaf, mientras dibujaba un extraño símbolo en el suelo con el contenido de la botellita. Acto seguido pronunció unas runas, juntó las manos en una palmada y las pegó a las paredes del túnel, de las que saltaron chispas por un momento. Daaf cerró la puerta de un golpe y respiró.
-Bueno, -dijo dándose la vuelta- ahora sólo tenemos que...
El resto de la frase quedó silenciada por un golpe seco en la mandíbula que le derribó inmediatamente. Levantó la mirada. Allí se encontraba Leril, con los ojos a punto de salirse de las órbitas, el pecho subiendo y bajando sin control y una postura de combate, amenazante, sosteniendo sendos cuchillos en las manos.
-Basta -susurró Leril a punto de perder el juicio- ¡dime ahora mismo qué es lo que te propones o te rajo aquí mismo antes de desaparecer de toda la existencia!
Daaf levantó la mano, como para tranquilizar a Leril, pero esta volvió a la carga:
-¡Por qué, después de tenerme un siglo dando vueltas por tu patética vida, colocas un hechizo de explosión retardada! ¡Dime qué motivo hay para que saltemos por los aires ahora! ¡¡Habla!!
Daaf le mantenía la mirada a Leril desde el suelo, sin ceder terreno. Comenzó a explicarse con serenidad, aparentemente ajeno a las intenciones asesinas de su compañera.
-El tiempo es como una ola que nunca rompe, Leril. Viniendo aquí nos hemos bajado de la cresta, y ahora debemos volver. Y el único impulso que hay en esa dirección es el de la energía que regresa una vez los fragmentos se han colapsado. Y este en el que estamos es el último al que podemos acceder, y no es muy estable. Se vendrá abajo de un momento a otro. La bomba es simplemente para ganar impulso antes de que se nos trague. Es la única manera. Nos catapultará a través de la energía del plano hasta la delgada línea del presente. Pero es peligroso. Si nos salimos de aquí podemos acabar perdidos para siempre. Así que, guarda esos cuchillos y empieza a pensar un poco.
Leril miró alrededor, calmando su genio para asimilar toda la información. Se encontraban en la habitación de Daaf, aunque mucho más vacía que de costumbre. El paisaje visible por la ventana parecía emborronado, como si le faltaran partes. Y un temblor que empezó mientras no se daban cuenta comenzaba a cobrar fuerza. Daaf aprovechó para levantarse y agarrar a Leril de los brazos.
-Leril. Guarda, los cuchillos. Por favor.
Leril pareció perder toda agresividad mientras se perdía en la mirada penetrante de Daaf. Y como si esa fuera la señal que había estado esperando, Daaf reaccionó de inmediato echando el cuerpo de Leril y de sí mismo al suelo.
-Busca algo a lo que agarrarte. Y no te sueltes por nada del mundo -le gritó en medio del estruendo creciente.
Leril obedeció sin pensarlo. Realizó un par de sellos con las manos, que hicieron que sus dedos empezaran a brillar como hierros al rojo. Entonces hundió sus manos candentes en el suelo adoquinado, que se fundió al contacto, y acto seguido echó un aliento helado sobre la roca fundida, atrapando sus propias manos dentro. Daaf se le quedó mirando impresionado. De vez en cuando a Leril se le ocurrían genialidades como esa. La imitó, sabiendo que era la manera más rápida de asegurarse al suelo, con el tiempo justo de soportar la última sacudida.
Una gran oleada de calor los barrió desde la puerta, acompañado de un ruido penetrante y percusivo y un fogonazo de mil colores a través de la ventana. Después todo fue caos. La estancia parecía empujarlos en todas direcciones, el estruendo era ensordecedor e incomprensible, y el torbellino de luces e imágenes que sucedía afuera les atravesaba como flechas los párpados cerrados y les punzaba el cerebro. El suelo comenzó a agrietarse, y la grieta avanzó hasta Leril, que salió despedida antes de poder darse cuenta de que había algo por lo que preocuparse. La chica comenzó a dar tumbos sin control por toda la estancia. Daaf lo vio, y cuando se disponía a realizar un hechizo para volverla a atraer se dio cuenta de pronto de que tenía las manos atrapadas en la roca. En aquella situación, en medio de ninguna parte y ningún tiempo, a punto de ser engullido por la nada y con las manos inutilizadas, realmente no tenía muchas opciones para hacer magia. De hecho, únicamente le quedaba un recurso desesperado. Cerró los ojos y trató de concentrarse en encontrar el reflejo del aura que identificaba a su compañera...
La calma vino de manera tan brusca que ambos perdieron el conocimiento. Todo el revuelo insoportable de esfumó en un instante, y Daaf y Leril cayeron rodando sobre una mullida alfombra de arbustos y hojarasca. Daaf empezó a recobrar la consciencia a los pocos minutos. Al ver a su compañera tendida y sin sentido, reunió las fuerzas que pudo para acercarse, imponer sus manos sobre ella y realizar algún tipo de conjuro curativo. Cuando vio que se despertaba, resopló y se derrumbó junto a ella.
-Bueno... -dijo entre resoplidos- ya, estamos... aquí...
Leril se incorporó con dificultad. Inspiró una bocanada de aire y le pareció como si fuera el aire más puro de todo el universo. No le hacía falta preguntar. Lo notaba. La escasa energía del laberinto temporal les había ido asfixiando la mente poco a poco, y ahora de repente se sentía liberada de nuevo. Miró a Daaf esbozando una media sonrisa.
-Recuérdame que no me vuelva a quejar nunca del presente -dijo, emitiendo una suave carcajada-. Y también que fulmine a cualquiera que me pida que vuelva a ese infierno insufrible.
Esta vez fue Daaf quien sonrió. El fuerte carácter de su compañera siempre le había resultado un tanto cómico.
-Dime, ¿cómo me pudiste mantener dentro todo el tiempo? noté que hacías algo pero no logro entender...
-Telequinesia espectral -la cortó Daaf. Siempre le emocionaba hablar de magia-. Una de las últimas cosas que estuve ojeando en la catedral antes de fastidiarle el portal al Ilustre Magna. Si te digo la verdad no pensaba que me fuera a resultar útil allí detrás... -dijo, refiriéndose a los momentos pasados.
-La séptima escuela de magia... -comentó Leril mirando al infinito- Nunca fui capaz de comprender cómo funciona. A mí con la magia elemental, algo de alquimia, la rúnica y los sellos me llega y de sobra. Pero tú estás loco. No entiendo cómo no te saltaba la cabeza por los aires cada vez que te sometías a una nueva asimilación.
Daaf volvió a sonreír, aún tumbado en el follaje, a la espalda de Leril. Al fin había vuelto. Sin duda el flujo de energía fresca de nuevo en su cuerpo estaba mejorando su humor por momentos. Finalmente se incorporó y se puso de pie, haciendo como que ignoraba las pullas de su compañera, y se sacudió las ramitas y las hojas de la túnica.
-Hay que ponerse en marcha. Seguramente ya habrán notado que algo ha pasado aquí, vendrá gente dentro de poco y yo tengo que ir a ver a un conocido. Leril, necesito que me hagas un favor.
Leril se le quedó mirando incrédula. Jamás en la vida Daaf le había pedido nada.
-Necesito que consigas una vejiga de cabra y vayas al bosque del sur. Allí crecen unos árboles que echan algún tipo de aliento siniestro. Recógelo con la vejiga y petrifícala al instante. Me lo tienes que dar de esa manera, ¿de acuerdo?
Leril permanecía inexpresiva. Daaf resopló.
-Escucha, ya sé que no te gusta que no te cuente para qué es todo esto. Pero no tengo tiempo de...
-No, está bien -le interrumpió Leril, con voz despreocupada-, tengo ganas de viajar. Nos veremos en la taberna de Mataescamas.
Esta vez fue Daaf quien se quedó en el sitio.
-... es un árbol seco con vetas negras en el tronco. Ve... con cuidado. Buen viaje...
Daaf no sabía si fiarse. Nunca había sido capaz de entender cuándo Leril le hablaba con sinceridad y cuándo estaba siendo pasivo-agresiva. Si había algo que le molestaba eran las tonterías emocionales absurdas que tenía ella a veces. Pero como otras veces, decidió dejarlo pasar y afrontarlo cuando fuese el momento.
-¡En la taberna de Mataescamas, Daaf! ¡Dentro de dos días!
Y ambos compañeros se separaron y empezaron a caminar en direcciones contrarias, recorriendo el inmenso valle boscoso donde habían aparecido, ancho y verde, rodeado por grandes montañas, y al final del cual se erguía, por encima de toda la cordillera, con sus numerosas ventanas, chapiteles, tejados y pasadizos, la gran ciudad-montaña tallada de Sinax, capital del reino. 

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