jueves, 13 de agosto de 2015

La jugarreta de Daaf. Cuarta parte.

Daaf resopló y se revolvió en la silla. Se estaba impacientando. Aquel viejo con el que se había encontrado no le daba información útil, daba la impresión de que estaba jugando con él. Y eso le molestaba.
-Bueno, ¿entonces qué? -le susurró al anciano.
Este dio otra larga calada a su pipa y miró alrededor. La taberna albergaba unos pocos desgraciados, que se encontraban demasiado hundidos en la bebida para darse cuenta de lo que ocurría en el mundo, y mucho menos de lo que tramaban tres encapuchados en el rincón más oscuro.
-No eres un chaval prudente, ¿eh? -soltó una carcajada-. De toda la gente que conozco que intentó este hechizo, el que mejor acabó está ahora encerrado, loco de atar porque cada vez que intenta conciliar el sueño siente como si le atravesasen los ojos con hierros candentes. Y tiene que comer con los pies, porque sus manos le intentan estrangular cada vez que las mueve -añadió, tras lo cual le mostró sus escasos dientes torcidos y amarillentos en una sonrisa malévola.
Daaf bajó la mirada. Se había dado cuenta de que el anciano estaba totalmente paralizado en su horrible gesto, al igual que el resto de gente en toda la taberna. Los contornos de los objetos empezaban a verse borrosos.
-Vámonos, Leril -le dijo a su compañera mientras se levantaba-. Se está empezando a plegar aquí también. Ponte a empujar las paredes. La salida tiene que estar cerca.
-¿Cuánto tiempo piensas seguir ocultándote de esta manera? -le preguntó Leril mientras se ponía a toquetear las paredes de yeso gris.
-Todo el que pueda. Lo único que quiero es despistar a todo el que me busque mientras lo hagan en sitios evidentes. Cuando ya no podamos movernos más, volveremos a la torre y con suerte podré completar el... plan.
Daaf se había callado antes de decir la última palabra, acordándose de que Leril aún no sabía exactamente lo que tenía pensado. Sabía que tarde o temprano lo tendría que averiguar, pero de momento no le parecía prudente.
-¿Qué plan? -a Leril le ponía nerviosa tanto secretismo-. Aún no me has contado nada, Daaf. Y esto es peligroso. Si no salimos a tiempo...
-Desapareceremos de la existencia junto con los recuerdos que tengan los demás de nosotros. Lo sé mejor que tú, Leril. Y no estoy jugando. Se trata de algo importante... ¡Aquí está!
Mientras palpaba los tablones raídos de la barra del bar, Daaf había encontrado una sección cuadrada de cerca de un metro y medio de alto que cedía. Empujó un poco más y se abrió como una pequeña puerta, hasta que se volvió parte de la pared de un túnel, el cual parecía estar hecho de la misma madera podrida que la barra de la taberna.
-Vamos, no queda mucho -le apremió Daaf a Leril. Esta se metió como pudo en la abertura y se puso a gatear por el túnel, seguida por Daaf. Una vez habían entrado los dos, la abertura se colapsó y quedó cerrada totalmente. Pasaron unos minutos mientras gateaban en silencio antes de que Leril volviese a abrir la boca.
-A ver, recuérdamelo otra vez, ¿qué es este caos de laberinto? ¿seguimos en nuestro plano?
-Sí y no -respondió Daaf después de dudar un momento-. Estamos recorriendo partes inconexas del mismo, momentos que se han desprendido del orden temporal y se van destruyendo conforme se aíslan. Son fragmentos del pasado que se van reciclando para mantener la continuidad de nuestra realidad.
El túnel se iba ensanchando. Ahora podían recorrerlo caminando agachados. La madera ya no parecía estar tan podrida.
-¿Y por qué sólo hemos visto momentos de tu pasado? ¿Por qué no del mío o de cualquier otro?
-Porque fui yo quien nos dio acceso. Mi energía mental aún los mantiene unidos a través de la memoria, y por tanto solo podemos saltar entre aquellos momentos en los que yo haya estado presente. Sin embargo, no hay ningún orden entre ellos y podríamos encontrarnos con cualquier cosa. Abre bien los ojos...
Continuaron avanzando por el túnel hasta que era lo suficientemente grande como para que pudieran andar de pie sin problemas. La madera había ido dejando paso poco a poco a una pared lisa y oscura, y tras unos minutos más de caminata llegaron a una bifurcación iluminada por un color rojizo. Había una puerta ajada reposando contra la pared, y por los rincones multitud de basura de todo tipo, objetos rotos que por alguna razón se amontonaban en el interior de aquella fisura espacio-temporal. El camino de la izquierda se perdía de la vista tras un recodo lleno de tierra y raíces, mientras que el de la derecha daba paso a un corredor sumido en la más absoluta negrura, del que se podía sentir una corriente de aire caliente y pesado.
-Vamos por aquí -dijo Daaf señalando el camino de la izquierda-. Hay algo de ese otro pasadizo que no me gusta nada...
Entraron por la izquierda, y al doblar el recodo vieron que el camino ascendía por una estrecha escalera circular de altísimos escalones, todo hecho de tierra como si hubiera sido excavada bajo el campo. Comenzaron el ascenso, usando pies y manos para no perder el equilibrio. Conforme iban subiendo la tierra se iba haciendo más húmeda.
-Bueno, ¿y qué me dices de ti? ¿cómo escapaste tras caerte por el acantilado? -preguntó Daaf de pronto.
-Pues de una manera bastante más fácil que esta. Realicé un canto de vacío sobre mi propio cuerpo para ralentizar la caída, y justo al aterrizar me puse una pantalla de invisibilidad por si acaso. Me fui corriendo hasta el hospicio sin que me siguieran, y allí me escondí hasta que empezaron a decir que habías saboteado la expedición del Ilustre Magna. El resto ya lo sabes, me encontré de bruces contigo cerca de la catedral y luego me arrastraste hasta aquí.
-No tenía otra opción. Aún no sabemos quién nos atacó ni si tiene alguna relación con Sinax. Si está ocurriendo algo, nos afecta a los dos.
-¿Y por qué iba a tener el Ilustre Magna algo contra nosotros? Bueno, me refiero a antes de que decidieras volverte loco, claro...
-Te sorprendería saber... ah, mira, ya estamos aquí.
Daaf había alcanzado el final de la escalera, que se abría en un agujero que daba a un jardín cubierto por las ramas de un gran árbol. Cuando ambos salieron, el agujero se cerró de la misma manera que ocurrió anteriormente cuando escaparon de la taberna.
-¿Qué es aquel lugar? -preguntó Leril señalando un gran edificio de piedra que se veía a lo lejos.
-Es la iglesia donde estudié durante la guerra, justo antes de venir a Sinax -le contó Daaf mientras se sentaba al pie del árbol-. Las escaramuzas no llegaban a esta parte del reino, y en verano podíamos pasear por todo este prado que hay hasta allí. En este momento estaba estudiando la historia del mago Mundus y algunos de sus apuntes. En nada vendrá el instructor y charlaremos un rato. Ahí viene...
Vieron cómo se acercaba un hombre alto, calvo y barbudo, de anchos hombros y cubierto por una toga basta atada con un cordel. Se acercaba caminando con aire apacible, con las manos a la espalda y contemplando el paisaje.
-Buen día, Daaf, ¿cómo va tu primera asimilación? -le preguntó el hombre con una voz grave y engolada.
-Sin problemas, instructor. Este ambiente es el mejor que podía encontrar para continuar mi estudio -contestó Daaf de forma automática.
-Ciertamente, parece mentira que haya un lugar en el que se pueda estar tranquilo estos días ¿eh? -dijo el instructor riendo de forma amable-. Con todo este desorden que hay ahora mismo en el reino, resulta difícil saber cómo amanecerá el día de mañana...
-No es como cuando miras a un demonio a los ojos, que sabes que te arrancará el corazón palpitante y se lo tragará entero, ¿verdad?
El instructor rió más fuerte. Se acomodó junto a Daaf y miró hacia la iglesia.
-Eres un aprendiz muy curioso e inquieto. No hay aspecto de la magia que no te atraiga... Supongo que ya te habrán soltado el sermón sobre tener cuidado con lo que se aprende y no tratar de abarcarlo todo.
-Varias veces, y siempre tratando de asustarme. Y no me gusta. Quise estudiar esto desde pequeño. ¿Por qué habría de sentir miedo de mi vocación?
Daaf repetía con exactitud todo lo que había dicho cuando aquel momento ocurrió realmente. Sin embargo, no lo hacía porque quisiera, sino porque simplemente las palabras salían de su boca de manera mecánica, movidas por el recuerdo. Leril asistía a la escena en silencio, sabiendo que sería invisible para ellos hasta que todo se volviese a paralizar. El instructor tomó aire un momento antes de responder.
-Daaf, la magia es la vida. Y la vida es algo muy profundo e intrincado. Nunca sabemos qué minúsculo detalle de la realidad nos va a dejar fuera de juego. Como tú bien has dicho, no es como cuando miras a un demonio fijamente a los ojos, porque en ese momento puedes estar seguro de que tu vida ha terminado. No, en el día a día, la magia y la vida son nuestras grandes desconocidas. Y hemos de profesarles respeto. Porque por muy seguro que esté uno de sí mismo, de lo que es, de lo que quiere, el que no lo viva con respeto y devoción suele encontrar un destino incierto. Ten siempre mucho cuidado con lo que estudias, Daaf, no porque no quiera que crezcas y aprendas, sino precisamente por lo contrario. Ama y respeta lo que ejerces, y encontrarás lo que buscas con ello. No hay más camino que ese...
El hombre finalizó su pequeña charla sin perder la expresión ensoñadora que brillaba en sus ojos, fijos en el infinito. Daaf y Leril se quedaron también en silencio un momento, observando despreocupados los campos que se extendían a sus pies, hasta que de pronto Leril reparó de nuevo en el instructor.
-Se ha quedado quieto... ¡Daaf!
Y como si a ambos los empujara un resorte, se levantaron de un brinco y se pusieron a buscar como locos una salida que les permitiese seguir moviéndose a través del pasado de la vida de Daaf, ocultos a la guardia que en aquel momento los buscaba por todo el reino. 

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